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marzo 30, 2004


octubre 29, 2003

Faulkner, el escritor del Sur

El 25 de septiembre de 1897 nacía en un pueblo del estado sureño de Mississipí -New Albany- el escritor norteamericano William Faulkner. Faulkner, que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1950 (aunque correspondiente al año anterior), es al novelista, junto con Kafka, con el que la crítica compara habitualmente a muchos escritores noveles ,“faulknerianos”. Sobre todo si estos provienen de provincias y en sus novelas relucen la pasión, lo rural, el odio, la luz, la violencia... aunque nunca hayan leído al insigne novelista, cuentista, poeta, ensayista y hasta guionista en Hollywood. En un principio la propia crítica norteamericana acogió a Faulkner con frialdad, al contrario que en Europa donde en Francia es considerado un autor local; en España antes de la Guerra Civil se le valoró como un gran escritor, en la Revista de Occidente aparecen diversos artículos en este sentido.

William Faulkner junto con Dos Passos, Steinbeck, Fitzgerald y Hemingway pertenecen a esa gran generación perdida de autores norteamericanos de las dos posguerras mundiales, que influidos entre otros por Mark Twain, Henry James y el naturalista Zola, dotan a sus personajes de un lenguaje que refleja la cotidianidad de las escenas y se apartan de los remilgos expresivos que la sociedad puritana norteamericana imponía a sus escritores. Sin embargo Faulkner presenta en muchas de sus novelas -por ejemplo El ruido y la furia y Mientras agonizo- la influencia de James Joyce y su técnica del “monólogo interior”, donde se descubre al lector esa realidad íntima y subconsciente de los personajes. Aparte del escritor irlandés el otro gran polo de influencia de Faulkner es Dostoyewski, como el escritor ruso crea su propio mundo literario lleno de fuerza dramática.

Nace en el decadente y profundo Sur

El origen biográfico de William Faulkner hay que buscarlo en su bisabuelo de origen escocés “Old Colonel”, que se reencarnaría como el Coronel Sartoris en la novela Sartoris. William Clark Falkner -el novelista añadiría la “u” de Faulkner al firmar sus primeros escritos- participó en la Guerra de Secesión en el bando de los perdedores confederados, incluso sus paisanos le erigieron una estatua de mármol de Carrara en el pueblo de Ripley por su heroicidad en la batalla de Manassas. Fue también autor de La Rosa Blanca de Menphis, un best seller de la época. La derrota en la Guerra Civil se manifestará
implícitamente y explícitamente en casi todos los textos de Faulkner, el pesimismo y la decadencia sureña formarán parte de sus personajes a lo largo y ancho de su ficticio y mítico condado de Yoknapatawpha. Durante la guerra el viejo coronel se dedicó al contrabando, amasó algo de dinero y montó negocios con el ferrocarril y la banca.

El 25 de septiembre de 1897 nace, en New Albany, William Cuthber Faulkner. En 1902 y dentro del mismo estado de Mississipí la familia se traslada a Oxford donde el escritor vivirá la mayor parte de su vida. Allí comienza a ir a la escuela con ocho años de edad y pronto se da cuenta que el estudio no es lo suyo. Las piras o novillos -quizá influenciado por otro ribereño del Mississipí, Tom Sawyer- son una constante en su educación, acude al último curso sólo para jugar al fútbol americano, le rompen la nariz y no le dan lógicamente el diploma de Enseñanza Media. Sin embargo una vez que le preguntaron de pequeño que es lo que quería ser de mayor contestó que “escritor”. Con once años presenció una escena que alimentaría su universo literario pero que a la vez reflejaba la dura realidad del viejo sur. A Nelse Patton, un negro, le lincharon en la plaza de Oxford por asaltar a la mujer de un carcelero. A Patton la muchedumbre lo capturó, más tarde lo castraron, lo arrastraron en un coche con una soga atada al cuello hasta la plaza y allí colgaron su cuerpo desnudo en un árbol.

Aviador frustrado

Los Estados Unidos entraron en la Primera Guerra Mundial en 1917, el joven Faulkner intentó alistarse como piloto -la aviación fue otra constante en su vida- pero le rechazaron porque sus 1,65 centímetros no daban la talla. Antes con 17 años había escrito sus primeros versos y había conocido a Estelle Oldham que después de divorciarse de un abogado de Hawaii sería su esposa allá por 1929.

Tras no admitirle el ejercito norteamericano en sus filas cruzó la frontera canadiense y se presentó en Toronto ante la RAF británica como voluntario. Nunca entró en combate, lo cual no fue obstáculo para que a su regreso a Oxford luciera una cojera sugerida en el conflicto, pero producida de verdad esquiando en Francia. Durante los primeros años veinte trabaja en Nueva York como instructor de Boy Scouts y de vendedor en una librería. En 1922 despacha en la Oficina de Correos de la Universidad de Mississipí, donde en vez de atender a los clientes se dedica a leer -incluso las revistas antes de que las abran sus dueños- y escribir. A causa de su afición a la bebida -el bourbon formará parte de su existencia tanto como la escritura- pierde su puesto de jefe de los exploradores y de la Oficina de Correos.

William Faulkner escribe su primera novela La paga de los soldados en 1925, la publica al año siguiente - obtiene 200 dolares- por recomendación de su amigo e influyente novelista Sherwood Anderson. La novela aborda, al igual que durante esos años Tres Soldados de Dos Passos y Adiós a las armas de Hemingway, los efectos que la guerra ha producido en los soldados, que en el periodo de
paz se sienten desplazados y destruidos física y moralmente. Durante seis meses cumple el sueño de todo joven norteamericano y viaja por Europa, en concreto visita Italia, Suiza, Francia e Inglaterra.
El condado de Yoknapatawpha

De regreso a casa comienza una larga y extensa andadura como novelista. En 1929 publica su segunda novela Mosquitos -según los críticos la más floja- y Sartoris, la primera de las novelas de Faulkner que se desarrollan en el condado de Yoknapatawpha. Este condado ficticio será el escenario de la mayor parte de las tramas familiares entre los Sartoris, los Compson, los Snopes, los MacCaslin... que poblarán ese mundo fascinante de la obra de Faulkner.

El condado de Yoknapatawpha es un país imaginario como el Macondo de García Márquez, la Balbec de Proust o la Región de Benet -el escritor hispano de más veneración por Faulkner- que sin embargo es el calco de su tierra natal. La ciudad de Jefferson, capital del inventado condado es la traslación de la Oxford del verdadero condado de Lafayette en el estado de Mississipi, por cierto descubierto por el español Hernando de Soto en 1540.

En los límites de Yoknapatawpha se desarrollan ante el lector una serie de escenas sorprendentes, variadas, de hechos y dramas, casi siempre motivadas por el recuerdo y las secuelas de la Guerra Civil. William Faulkner evoca en este lugar geográfico los mitos y las leyendas del viejo sur. El escritor describió tan profusamente el condado de Yoknapatawpha que hasta elaboró un mapa con delimitaciones geográficas, además lo censó con 9.313 negros y 6.298 blancos, proporción parecida a la del verdadero condado de Lafayette. La forma y el color de sus lugares, los cambios estacionales y el profundo conocimiento de sus personajes avalan la transferencia mimética entre lo vivido y lo fabulado.

A partir del éxito de Sartoris que vendió 160.000 ejemplares se editan de forma continuada El sonido y la furia, Mientras agonizo, Santuario y Luz de Agosto. En 1930 compra Rowan Oak que es una antigua plantación cercana a Oxford y que se convertirá en su casa el resto de su vida. Allí nacieron sus dos hijas Alabama -que sólo vivió unos días- y Jill. Al año siguiente Hollywood le reclama como guionista y trabaja para Howard Hawks. Entre otras películas Faulkner colaboró en Camino a la Gloria, Tener y no tener basada en una novela de Hemingway o El largo sueño del escritor de novela negra Raymond Chandler. También se filman sin que Faulkner intervenga versiones de sus novelas Santuario (La historia de Temple Drake) y El ruido y la furia. En plena labor de guionista comienza su affaire con Menta Carpenter, secretaria de Howard Hawks y durante unos veinte años amante del novelista. Más tarde tendría otra aventura romántica con Joan Williams, una escritora a quién consideraba su protegida. De su paso por la meca del cine los originales hermanos Joel y Ethan Coen parecen que se inspiraron para realizar la película Barton Fink.

Durante esta época el escritor vuelve a dedicarse a la aviación, obtiene el título de piloto y se compra una avioneta monoplano. Poco después escribe Pylon, novela situada en Nueva Orleáns en los ambientes de los aviadores profesionales que van realizando exhibiciones circenses.

Un granjero en Suecia

En 1936 prosigue con sus narraciones sobre el sur con ¡Absalom, Absalom!, Los invictos, Palmeras salvajes, El villorrio y Desciende, Moisés. Durante la década de los cuarenta sus contemporáneos comienzan a considerarle un gran artista, le nombran miembro de la Academia de las Artes y las Letras Norteamericanas y en 1950 le otorgan el Premio Nobel de Literatura. El galardón correspondía a 1949
pero fueron tales las disquisiciones del jurado entre Hemingway (siempre su rival literario, separados en las letras y unidos por el alcohol), Steinbeck, Pasternak, Sholokhov, Mauriac, Camús y el propio Faulkner que el comité acabó concediendo el premio en 1950. Cuando se enteró de la elección comentó “que era un granjero que escribía y que no puedo ir a Estocolmo a recoger el premio porque está muy lejos”. Finalmente su esposa y su hija le convencieron y apareció en la capital sueca donde pronunció un discurso que en directo no se entendió -alejado del micrófono y con su peculiar acento sureño- pero que cuando se vio transcrito y se digirió causo conmoción por su profundidad intelectual y literaria.

Con este reconocimiento mundial es nombrado escritor invitado en la prestigiosa Universidad de Virginia y logra el premio Pulitzer en dos ocasiones: 1955 con Una fábula y en 1962 con Los rateros. Sin embargo su salud comenzaba a desmoronarse. El abundante consumo de alcohol y algunas caídas de los caballos que le produjeron diversas roturas fueron las causas de su deterioro físico. Precisamente las secuelas de una de estas caídas le causo la muerte el 6 de julio de 1962 en su casa de Rowan Oak. Fue enterrado al día siguiente en el cementerio de Saint Peter en Oxford, Mississipi.


El profundo Sur, protagonista de su obra

William Faulkner publicó diecinueve novelas, unos noventa relatos y cuentos, y doce ensayos. Casi todos los argumentos de esta extensa obra se desarrollan en el ficticio condado de Yoknapatawpha (catorce novelas e innumerables relatos). Las novelas de Faulkner casi no se pueden leer parcialmente, es en su conjunto como adquieren su pleno sentido y significación. Raramente en este mundo literario una novela e incluso una trilogía agota la información con respecto a sus personajes, y menos todavía a una de sus familias. Sus argumentos no se desarrollan bajo el prisma de clases sociales y la lucha entre ellas (como muchas de las novelas desde el siglo XVIII), sino como tensiones entre clanes familiares en el decadente y profundo Sur tradicional.

Las historías cortas o cuentos eran para Faulkner algo próximo a los poemas por la precisión con la que se debía colocar cada palabra. Admiraba en este sentido a Chejov y comparaba al cuento con una salón pequeño donde lo desaliñado y la suciedad se nota más, por eso el lenguaje debía ser exacto, ordenado y
nada ostentoso.

Faulkner que decía leer todos los años El Quijote era muy disciplinado a la hora de escribir. Podía ir a dormir totalmente borracho y estar trabajando al día siguiente desde las ocho de la mañana hasta el mediodía. Tras la comida escribía con una letra pequeña e ilegible hasta las cuatro, y después de cenar podía estar trasegando bourbon unas cuantas horas.

La paga de los soldados (1926)

Es la primera novela de Faulkner y trata sobre la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias. El eje central de la novela es el Teniente Donald Mahon, un piloto de combate derribado en Europa y que es creído muerto, pero que misteriosamente no es así aunque tenga como recuerdo una espantosa cicatriz en su cabeza. Sin embargo no puede recordar nada de su vida anterior en su ciudad natal, Charlestown, Georgia.

Los mosquitos (1927)

La novela de menor éxito de Faulkner, es una sátira sobre estéticas literarias y artísticas en Nueva Orleans. Mucha de la novela tiene lugar sobre un yate en el Lago Ponchartrain.

Sartoris (1929)

Primera novela de Faulkner que se desarrolla en el mítico condado de Yoknapatawpha y donde se presenta al lector la familia Sartoris y a su patriarca el Coronel, personaje inspirado en su bisabuelo héroe de la Guerra Civil americana. Llegó a vender 160.000 ejemplares en 35 ediciones.

El ruido y la furia (1929)

Cuarta novela y primera obra maestra, muchos críticos consideran su obra más fina. Retrata la decadencia de la familia Compson. La novela se divide en cuatro partes, cada una de ellas contada por un narrador diferente.

Mientras agonizo (1930)

Importante novela por su técnica del “monólogo interior”. La familia Bundren emprende un viaje a Jefferson para enterrar entre su gente a su madre muerta.

Santuario (1931)

La novela explora la aflicción, la comunidad y la familia. Es para mucho la mejor novela de Faulkner. Narra la historia de Temple Drake, Gowan Stevens y de Popeye, un siniestro contrabandista .

Luz de Agosto (1932)

Una de las mejores novelas de Faulkner, cuenta la historia de un huérfano con una parte de raza negra en su cuerpo. La religión calvinista está perfectamente representada en esta obra.

Pylon (1935)

Una de las pocas novelas que no se desarrollan en el condado de Yoknapatawpha. Pylon se sitúa en Nueva Orleans en los ambientes de los aviadores profesionales que realizan exhibiciones de feria en feria.

¡Absalom, Absalom! (1936)

Para Faulkner su gran obra maestra, ¡Absalom, Absalom! cuenta la historia a principios del siglo XIX en Virginia Occidental de Thomas Sutpen, hijo de un blanco pobre. La novela tiene una prosa densa donde se narra los conflictos sociales y raciales del viejo sur.

Los Invictos (1938)

Novela fácil de leer. Describe las aventuras de Bayard Sartoris, su amigo negro Ringo y su abuela Rosa Millard durante la Guerra Civil. Es entrañable, tierna y sensible.

Las palmeras salvajes (1939)

Es la historia de amor entre Saquea Wilbourne y Charlotte Rittenmeyer durante la gran inundación fluvial del Mississippi en 1927.

El villorrio (1940)

Es la primera narración de la trilogía de los Snopes que se va más allá de la Segunda Guerra Mundial con En la ciudad (1957) y La mansión (1959).

Desciende, Moisés (1942)

Otra de las obras maestras de Faulkner, es una novela episódica que consta de historias cortas con varias secuencias de humor. Se narra la historia de otra familia aristocrática sureña, los McCaslin, y en especial de su patriarca Lucius Quintus Carothers McCaslin y sus muchos descendientes negros y blancos. Desciende, Moisés es una exploración
sobre las razas y su mestizaje.

Intruso en el polvo (1948)

Casi una novela policiaca en donde se intenta librar de un linchamiento al negro Lucas Beauchamp, acusado de asesinar un hombre blanco, y buscar al verdadero culpable.

Requiem para una monja (1951)

Es una continuación de Santuario, se nos presenta a Temple Drake ocho años después de sus aventuras con Popeye. Se sigue contando la historia del estado de Mississippi, del condado de Yoknapatawpha, y de que manera el pasado afecta al presente.

Una fábula (1954)

Gana el Premio Pulitzer en 1955 con esta obra. Es una historia alegórica del mundo y la guerra que tiene lugar en las trincheras de Francia en la Primera Guerra Mundial. Faulkner tardó más de diez años en escribir esta novela compleja.

En la ciudad (1957)

Es el volumen segundo de la trilogía antes aludida sobre los Snopes. Continúan las proezas de Flem Snopes que quiere ser alcalde del pueblo, asegurarse una posición económica, y vengar la infidelidad de su esposa.

La mansión (1959)

Novela final de la trilogía, retrata el final trágico de Flem Snopes.

Los Rateros (1962)

Faulkner recibió un segundo Pulitzer con esta que fue su última obra. Es una novela cómica que cuenta las aventuras de tres pícaros
ladrones de automóviles por el Mississipi rual.



octubre 28, 2003


Instantáneas de los sitios

1

El tiempo detuvo la hoja

del hayedo otoñal,

el impulso cotidiano

la liberó del instante,

donde suspendida, crujió.



octubre 27, 2003

Andrés Lewin, el chino alegre de Macao

Mi primo Wong, el chino feliz de Chinatown, mandó a buscarme a la oficina que había habilitado en la Union Square de San Francisco, donde viviría en tanto durase el caso del pelotari/cocinero desaparecido una noche de bruma en el barrio de Castro. La última vez que le vieron iba con la txapela de campeón del Santo Cristo de Otadía envuelto en una bandera arco iris y montado en un carro de hipermercado que empujaba un homeless de Arlington, Virginia. Tras llegar a Misiones desaparecieron misteriosamente.

Mi nombre es Andrés Lewin, pero soy más conocido como Chu Alai, mi anterior trabajo lo desempeñé como intendente del frontón de Macao, por eso me llaman así, con ese nombre mezcla vascomandarín. Un cabrón cestapuntista de Berriatua me bautizó de esa manera, con esa socarronería aldeana que destilan en su País Vasco naif –tipo Darío de Regoyos–. En la actualidad me dedico a resolver entuertos detectivescos en cualquier lugar del mundo. Allá donde exista un misterio por desfacer allá que me voy. Mi red de familiares repartidos por los chinatowns del mundo hace posible que no me falte trabajo.

Hoy el dragón multicolor que celebraba el nuevo año chino me ha metido una hostia cuando cruzaba la calle sin mirar. He caído de bruces frente a las imitaciones de los Pierre Cardin de Deng Pong y he acabado con la cabeza en el caldero lleno de agua donde flota una rana de plástico, y que dispone Deng para atraer la suerte hacia su negocio. Luego ha llegado el Cable Car (esa especie de tranvía en cuesta que sale en muchas películas de Hollywood) y casi me destripa, menos mal que el afroamericano que lo manejaba con una especie de palanca de hace un siglo, lo ha frenado en seco y ha tocado la campanilla fervorosamente como si estuviera en un servicio religioso dominical en Harlem. Me ha recordado la película el Héroe del Río (ya sé que es una película muda de Buster Keaton pero yo siempre me la he imaginado con sonidos de sirenas de tren y campanas de bomberos voluntarios). Acto seguido han saltado los japoneses –Canon/Nikon en ristre– y me han acribillado a instantáneas digitales. Ya se las mandaremos en
jpg por e-mail. OK, sayonara.

Como desde la casa de mi primo Wong hasta el muelle sólo hay una larga cuesta abajo me he ido para allí andando, a ver si me espabilaba del percance con la palangana de la suerte. En la bahía que dibuja el Pacífico y que sonorizan los leones marinos en celo, al fondo, emerge la cárcel-isla de Alcatraz, allí las olas te recuerdan que la escapatoria no existe y que uno siempre regresa al lugar del crimen, donde te caza el Karl Malden de turno y te empapela para el corredor de la muerte. Eso es lo que siempre afirmaba Ted Douglas, el alcaide que te agarraba de las pelotas nada más llegar preso a Alcatraz, recordándote que pertenecía a la Asociación Nacional del Rifle por si a alguno se les ocurría escapar con Clint Eastwood.

La brisa de la bahía era fresca y la aprovechaban balandros de vela patroneados por yuppis pasando la tarde. Uno de ellos era el director comercial de una empresa informática de Palo Alto (Silicon Valley) al que conocía mi primo Wong de trapichear con él camisetas de la Universidad de Berkely, falsas por supuesto. Junto a mí, familias chinas se afanaban en pescar los famosos cangrejos de mar de la bahía con un inmenso retel al que habían enganchado grandes trozos de pollo y
pavo como cebo. Me sequé las gotas de sudor que me caían debajo del sombrero de fieltro, acaricié mi bastón y me preparé para contemplar la puesta de sol entre los arbotantes del Golden Gate.


Llegué a Frisco la semana pasada procedente de Fort Yukon, un lugar en el que la mano de Dios nunca ha puesto el pie, donde las autoridades canadienses me habían enviado para desenterrar el misterio de una caja china de un inuit que se la había encontrado entre el fuselaje de una avioneta que hacía línea Dawson City-Sitka. Cuando resolví el caso (la caja sólo contenía los pedidos de la primera lavandería que se instaló en Alaska) me
presenté en Vancouver y allí tomé el tren que me llevaría a San Francisco.

El traqueteo del tren me pasaportó a mi Macao natal cuando correteaba por las calles adyacentes al Gran Casino y Fernando Gomes, un portugués de Maputo, me enseñaba como birlarles la cartera a los turistas. Por las noches los farolillos rojos me volvían loco y mi mayor reto era ver cuánto tiempo aguantaba agarrado al calor de las bombillas. Ante mí, la bahía sobre el Mar de China Meridional y el paquebote que todos los años huía del invierno en Lisboa en busca de la humedad asiática.

Llegamos a la Seatle de la cumbre, Kurt Kobain, Amazon
y el Doctor Frasier.

Con quince años jugué mi primer partido de cesta a punta en el Jai Alai de Macao, mi maestro fue el durangués Chus Uranga y reconozco que el atrapar esas bolas a más de 100 millas por hora me era excitante, más aún que colarme en el Casino haciendo de guía de alguna dama británica procedente de Hong Kong. En la escuela, a la que acudía en la barca de mi abuelo, me costaba más aprender el cantonés que el portugués. Los ideogramas se me atragantaban más que el alfabeto latino. Vivía en la isla de Taipa, y antes de hacerse el puente con Macao las barquichuelas donde pescábamos con los cormoranes en el estuario del Pérola era el único medio de transporte.

Llegamos a Portland, Oregón. Llueve, aún así
los defensores del bosque siguen encaramados en lo alto. Hoy juegan los Trail Blazers contra los Lakers.

Aprendí pronto todo el asunto de las apuestas y de las quinielas en el frontón y me convertí en el primer chino feliz que los jóvenes pelotaris se encontraban al desembarcar en Macao, acojonaos, ¡dónde se habían metido! Alguno no llegaba a los 18 años. Con los años me eligieron intendente del frontón, esto es el que programaba todos los festivales de pelota que se celebraban en el Jai Alai. Cuando cumplí cuarenta años mi prima se casó con un pelotari y aproveché el pasaporte
portugués para dejar a Vasco Rocha Vieira haciendo la transición para converger en la China de Deng Xiao Ping y de Tianamen.

Llegamos a San Francisco. Terremoto a la vista.

Tras una estancia breve subiendo el tranvía de la Alfama y de beberme cántaras de vinho verde escuchando fados con bacallau en las tabernas lisboetas, instalé mi oficina de detective en la entreplanta del restaurante la Muralla Feliz de la calle Cava de Madrid.Mis casos tenían que ver con los tostadores de Cds y el estraperlo de aletas de tiburón. Recuerdo un turbio asunto que sucedió en un sótano donde cientos de manchurianos grababan a destajo el último éxito de mi sobrino Ander Lee Win.
Cada vez que introducían el disco en el Toast 5.1 se despeinaban. Cuando no quedaba más laca para atusarse el cabello me llamaron. No encontré la solución, pero sí el cadáver de un tipo con la camiseta de los Pumas argentinos y la espalda quemada con las planchas de alisar el pelo. Llamé al CSI de Chueca para que se hicieran cargo. Yo me refugié detrás de un cerdo agridulce y dije, ahí os quedáis.

diciembre 16, 2002

Lago de Atitl?n

A Panajachel se baja por una tortuosa carretera que desemboca en lago de Atitl?n. En la calle principal se api?an los mismos vendedores de artesan?a guatemalteca que en las zonas turisticas del pa?s centroamericano. Cinturones de colores que le dan a unos aspecto progre de Izquierda Unida, mochilas de telas muy cómodas para llevar los apuntes de Sociolog?a en el camp?s universitario de Salamanca y la cajita con los mu?equitos que si los metes debajo de tu almohada se cumplen los deseos.

Ya el novelista inglés Aldous Huxley cuando visit? Guatemala se refiri? al Lago de Atitl?n como "el lago m?s bello en el mundo" y esta frase es repetida con frecuencia por los viajeros occidentales que se adentran en él en las innumerables embarcaciones que lo surcan. Al fondo del lago se erigen tres impresionantes y temidos volcanes: Tolim?n, Atitl?n y San Pedro. En los pueblos costeros del lago hace unos a?os tabletearon las ametralladoras en las continuas escaramuzas entre los militares y la guerrilla. Sus pueblos con una vestimenta peculiar y colorista para cada uno de ellos se agolpan en los muelles para recibir a los turistas, las mujeres en una especie de playa limpian cebollas que m?s tarde vender?n en los mercados locales.

Los nombres de santos y santas no esconden su neobautizo por los misioneros llegados con los conquistadores espa?oles: Santa Catarina Palopo, San Antonio Palopo, San Lucas Toliman, Santiago Atitl?n (es el m?s grande, su artesan?a textil es muy apreciada, la figura de Maxim?n aglutina el sincretismo religioso de la zona), San Pedro la Laguna (bajo el volc?n), San Juan la Laguna, Solola (capital de departamento), San Jorge la Laguna, San Andrés Semetabaj, San José Chacaya y Santa Luc?a Ututl?n. El Lago de Atitl?n que es de origen volc?nico tiene una profundidad m?xima registrada de 324 metros pero probablemente es m?s profundo en algunas partes. Todo esto alimenta el magnetismos que ejercen sus aguas sobre propios y extra?os.

diciembre 02, 2002

Chichicastenango


La lana multiculor es la reina del mercado más famoso de Centroamérica. Chichicastenango reúne un par de días a la semana toda la actividad comercial de esa parte de Guatemala. Aquí cada pueblo tiene su particular vestimenta, una para las mujeres otra para los hombres, a cada cual más bonita y chillona.

Juntos pululan, los que venden y los que compran, o todos venden y todos compran. Los frijoles se entremezclan con los calderos, los cinturones que usamos los yuppis con bananos enormes, la artesanía maya con calcetines blancos de deporte que luego te quedan pequeńos.

Una pancarta cruzada en lo alto de la calle adoquinada llama a una monumental parranda a favor de un instituto de secundaria. Chichicastenango es el hipermercado de Guatemala que ofrece al turista tercer mundo en oferta: esa mezcla de resignación y ganas de vivir con lo poco que hay. Los turistas llevados por los touroperadores a pasar el día y el viajero de Lonley Planet disparan sus nikons en busca de esa imagen que gane algún concurso fotográfico local. Los encuadres se suceden uno tras otro, incluso en la mente se prevén montajes en Photoshop: una india sube de rodillas las escaleras de la iglesia en medio de una niebla que en realidad es humo, al fondo la cara de un anciano asemeja el espíritu de sus antepasados.

Los tremendos maizales de Miguel Angel Asturias rodean al pueblo y cimbrean con sus largas hojas las esquinas y los llamativos camiones llegados para el mercado. La verdad que el trópico hace crecer las plantas hasta límites insospechados, nunca en mi vida había visto maizales tan grandes, estos de Chichicastenango haría las delicias de Stephen King.

noviembre 07, 2002

Huehuetenango

żUstedes son guatemaltecos? Preguntó un viejo guatemalteco creyendo que los viajeros eran gringos. El viejo era maya y usaba el calificativo de guatemalteco para todo aquello que en otros lugares de Guatemala se denomina ladinos (blancos). Él era guatemalteco y no se había enterado. Se erguía al final de la loma junto a tres cruces engalanadas con restos de verduras de la huerta de al lado.

Abajo una tremenda cúpula multicolor como la carpa de un circo denota la existencia de un lugar de culto católico que ha perdido la batalla frente a las chabolas evangélicas. La influencia de los predicadores al estilo de la Iglesia de Filadelfia de los gitanos a la que Peret se retiró tras montar en el borriquito de la rumba muchos ańo, es mucha. Cualquier lugar es válido para predicar, no se espera a la complicada construcción de un templo neocolonial, y desde allí se ensalza al individuo, a Dios y al Paraíso eterno. La Teología de la Liberación se despeńa, los indígenas prefieren la ruleta eterna a los ańos que le asignan en la esperanza de vida en la estadística de la FAO.

Una carnicería cuelga las vísceras y la casquería. Las parroquianos compran su ración de proteína que el día de fiesta excepcionalmente acompańarán con el maíz hervido. Al lado se venden cintas piratas y aguardiente que los hombres consumen mientras esperan al autobús. Uno de ellos se levanta el poncho y mea en una tapia bajo la leyenda "Prohibido horinar en este citio".

Más arriba en el ancestral lavadero las mujeres restriegan la ropa con los nińos colgados en la espalda, sus murmuraciones se confunden con el murmullo del chorro del agua en caída libre cuesta abajo por las estrechas callejuelas de Huhuetenango, allá en la frontera guatemalteca con México.

La tarde gris oculta el revolver de un ranchero, ladino, que ha venido en un landrover y que mira despectivamente a todo el que le rodea. En Guatemala según las estadísticas la primera causa de mortandad es por PAF (Por Arma de Fuego), por tanto como diría Pablo Milanés "la vida no vale nada". Sin embargo en el quicio de una puerta una nińa en cuclillas sostiene
una flor y lanza una de las miradas más dulces que he visto en mi vida.

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